El chico y la garza (2023)

Si las moralejas azucaradas de Pixar no son lo vuestro y preferís asomaros a mundos mágicos, sí, pero que caminan al paso atropellado e imposible de calcular de la vida real, os recomendamos la (¿última?) gran lección del maestro Miyazaki. Lejos del bonitismo de El castillo ambulante y definitivamente imposible de catalogar como “para criaturas”, la valoraréis mejor como lo que es: un Gernika en formato cine, un auténtico espectáculo en el diseño de personajes y la animación de los cuerpos, vibrantes y feístas. Una perla que nos mira y nos trata con inteligencia.

Miyazaki dijo que se retiraba con El viento se levanta, pero 10 años después llegó una bola extra titulada El chico y la garza que sus seguidores van a agradecer, porque enlaza perfectamente con el resto de su filmografía. Lo hace tanto en lo ético como en lo estético. Animación al servicio de la filosofía en una película vista en el festival de cine de Zúrich con la que el japonés hipnotizará a los defensores de las historias de salto a la madurez sin paños calientes. Su protagonista descubre que la vida iba en serio. Y que es tan dura como bella.