Gatitos explosivos (2024)

Si cuando acoges visitas te gusta repasar con ellas las particularidades de la servidumbre felino-humano para acomodarte, y si no te importa repetir una y otra vez los clásicos del chisterío básico –o sea, si aún ríes con la bayeta que debería pedirse el esqueleto al entrar en un bar–, entonces verás sin problemas la serie de Matthew Inman y Shane Kosakowski, en Netflix. Suerte de ‘Padre de familia’ por su crueldad para toda la familia (literal) y por su animación feísta, también va para quienes falten descubrir los ojitos de Tim Allen en ‘Cariño, estoy hecho un perro’.

La fórmula de las sitcoms de animación para adultos se ha estandarizado tanto que Gatitos explosivos cumple con el esquema de familia disfuncional perfectamente normativizada: cuarteto formado por padre, madre, hijo e hija que suele completarse con bebé y/o mascota. Como Padre de familia, Los Simpsons o Padre Made in USA, con las que comparte además sentido del humor. Pero, en este caso, el protagonista es Dios reencarnado en un gato. Un argumento marciano, a lo Rick y Morty o BoJack Horseman. No hace falta ser fanático (ni si quiera conocer) el juego de cartas en el que está basada esta serie, porque solo tienen en común la estética de sus dibujos.